PRENSA Y DICTADURA: La complicidad de los años de plomo.

“La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.”
Rodolfo Walsh, Carta Abierta a la Junta Militar,
24 de Marzo de 1977


El 24 de marzo de 1976, el diario Clarín titulaba en tapa: “Nuevo Gobierno”, reflejando el golpe de estado que se producía en el país. Comenzaba así el supuesto “Proceso de Reorganización Nacional” y surgía un tema que tendría continuidad en la prensa, hasta nuestros días.


A comienzos de 1976, el golpe se veía venir. El gobierno de María Estela Martínez de Perón era cada vez más débil y la situación cada vez más insostenible. El 22 de diciembre de 1975, tres meses antes del comienzo del proceso más negro en la historia argentina, Jorge Rafael Videla envió lo que se consideró un ultimátum al gobierno nacional. En el mismo, se daba un plazo de 90 días.


En el transcurso de ese trimestre, la sensación golpista era cada vez más fuerte. Se sucedían las reuniones entre los altos mandos de las Fuerzas Armadas y los pronunciamientos en contra del gobierno institucional. Los diarios comenzaban descubrir un estado de alerta. El diario La Nación publicaba en una nota del 2 de marzo de 1976: “El pronunciado silencio de las Fuerzas Armadas en los últimos días, sostiene la necesidad de que se agoten las instancias institucionales en procura de soluciones en un marco de responsabilidad general y compartida”.[1]


El 23 de marzo de 1976, todo era una certeza; La Razón informaba en la portada “Todo está dicho”. Todo estaba dicho. La madrugada del 24 de marzo, la Junta de Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas –integrada por el general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Héctor Pablo Agosti– derrocó al gobierno constitucional.


El suceso, lógicamente, fue tapa de todos los diarios. Como ya se mencionó, Clarín titulaba, “Nuevo Gobierno”; La Nación, “Las Fuerzas Armadas asumen el poder; detúvose a la Presidente”; La Opinión, “Gobierna la Junta Militar”.


Lo que no resulta tan lógico, es la manera en que el periodismo gráfico justificó el quiebre del orden constitucional. En una editorial titulada “Un final inevitable”, Clarín publicó el 25 de marzo: “Se abre ahora una nueva etapa, con renacidas esperanzas. Y, si bien el cuadro que ofrece el país es crítico, no hay que olvidarse que todas las naciones tienen sus horas difíciles y que el temple de sus hijos es capaz de levantarlas de su ruinosa caída”.[2]


El mismo día, La Nación formuló, bajo el título “Lo que termina y lo que comienza”, una editorial que decía lo siguiente: “La crisis ha culminado. No hay sorpresa en la Nación ante la caída de un gobierno que estaba muerto mucho antes de su eliminación por la vía de un cambio como el que se ha operado. En lugar de aquella sorpresa hay una enorme expectación. Todos sabemos que se necesitan planes sólidos para facilitar la rehabilitación material y moral de una comunidad herida por demasiados fracasos y dominada por un escepticismo contaminante. Precisamente por la magnitud de la tarea a emprender, la primera condición es que se afiance en las Fuerzas Armadas la cohesión con la cual han actuado hasta aquí. Hay un país que tiene valiosas reservas de confianza, pero también hay un terrorismo que acecha”.[3]


El sábado 27, Heriberto Kahn escribió en La Opinión: “Aparece claro que este movimiento militar no se puso en marcha contra ningún sector; no va contra el peronismo, como en 1955, ni contra la clase política, como en 1966. Los enemigos son solamente aquellos que han delinquido, ya sea desde la subversión o desde el poder”.[4]


Desde la llegada de los militares al poder, las presiones, desapariciones de periodistas, y las clausuras a los medios fueron una constante. El periodista Alberto Dearriba, relató en las Jornadas de Reflexión sobre Medios, Comunicación y Dictadura, que tuvieron lugar en octubre de 2004 en el Centro Cultural General San Martín de la Ciudad de Buenos Aires: “Yo trabajaba entonces en El Cronista Comercial. De ese diario -que dirigía Rafael Perrota, quien desapareció– desaparecieron muchos compañeros, muy queridos. Quiero decir también que no desaparecían por periodistas, desaparecían por militantes. Porque para el periodista que piensa, el periodista comprometido o audaz, hay un remedio muy sencillo que es tirar el original. Sencillamente, no se publica”.[5]


Ya sea por la censura explícita, o por la autocensura que manifiesta Dearriba, durante los años del proceso, el papel de los grandes diarios nacionales, fue casi de gacetilla. Pululaban los títulos como “La Junta es el órgano supremo del Estado”; “El general Videla fue designado presidente”; “Videla: ‘vamos hacia un cambio en profundidad’”; “Habló con escritores el presidente de la Nación”; “Aplica la Junta Militar la justicia revolucionaria”; “La guerrilla descabezada. Fueron muertos Santucho y Urteaga, su lugarteniente, en V. Martelli donde tenía cuartel general el extremismo”; “Un duro golpe a la subversión”; “Las revelaciones sobre la penetración marxista causan honda impresión”; entre otros.

Más allá de los periodistas que se vieron presionados a trabajar en medios que no eran capaces de reflejar la realidad que se vivía en la sociedad, los directores editoriales que no fueron perseguidos, terminaron siendo cómplices del gobierno de facto. Bernardo Neustad, director de la Revista Extra, firmó en julio de 1977, la editorial de la edición N° 145 titulada “Una cierta sonrisa”. Allí, opinaba: “Jorge Rafael Videla debe ser el argentino que mejor sabe escuchar. Tiene toda la paciencia. Y con más de treinta años de ejercicio, toda la experiencia vivida y escarmentada. No es un impaciente y tampoco un solitario. Abre ventanas cada vez que abre la boca… Los que frecuentan a Videla sostienen que últimamente ha cobrado más seguridad, aprendió velozmente su trabajo de presidente, está mucho más suelto, no hay tema esencial que no desarrolle con convicción y conocimiento, y además –esto es esencial- se le advierte de vez en cuando una cierta sonrisa… Como de alguien que va tocando el futuro, buscando ahora ganar la paz, que es mucho más difícil que triunfar en la guerra…”[6]


En 1978, se disputó en el país el Mundial de Fútbol. La prensa volvió a tener un rol determinante en la campaña informativa oficial. El evento no sólo se llevó el protagonismo en las portadas, sino también en artículos especiales, propagandas y avisos. El 1° de julio, se publicó una solicitada que entre otras cosas proclama: “Estoy orgulloso de que nuestro país haya organizado el Mundial ’78 con capacidad y eficiencia cercanos a lo ejemplar; de que nos hayamos probado a nosotros mismos que podemos hacer grandes cosas y bien; del periodismo argentino, porque cubrió todos los resquicios de la información, con objetividad y sin exaltación, brindando espacios similares a locales y visitantes; de los que opinaron, a favor y en contra del Mundial, porque lo hicieron en un marco de libertad y amplitud de criterio”.[7]


Los títulos de los periódicos y revistas, se encargaron de echar por tierra eso de “sin exaltación”, con títulos como: “¡La polonesa es de Kempes!”; “¡Argentina ya ganó!”; “Llore, Brasil, llore. ¡Boletón y a la final!”; “Argentina, Rey del Mundo. Sí; ¡No hay tierra como la nuestra!”.


Lidia Fagale, licenciada en periodismo, aporta: “Lo más evidente ocurrió durante Malvinas y durante el Mundial. Los dos casos más paradigmáticos en los que, como nunca antes en la historia, el sentido del deporte y el patriotismo, asociado al terrorismo de estado, tuvo un nivel de conjunción como nunca antes se había logrado”.[8]

El 2 de abril de 1982, el gobierno anunció a través de los medios “la exitosa recuperación de las Islas Malvinas y las Georgias y Sándwich del Sur”.[9] Los diarios titularon: “Argentinazo: ¡Las Malvinas recuperadas!”; “Desembarco argentino en el archipiélago de las Malvinas”; “Tropas argentinas desembarcaron en las Malvianas”; “Euforia popular por la recuperación de las Malvinas”.


Argentina perdió la guerra y significó el comienzo del fin de la dictadura militar. Los medios comenzaron a hablar de los desaparecidos, de las torturas y del retorno de la democracia. El 30 de octubre de 1983 se realizaron los comicios presidenciales. El 10 de diciembre asumió la presidencia Raúl Alfonsín.


El papel de los medios gráficos fue claro. La censura, la autocensura y la complicidad fueron sus principales características. La censura y persecución hacia aquellos que deseaban expresar ideas contrarias a las de la Junta Militar. La autocensura de aquellos que veían lo que pasaba, pero no encontraban la forma de difundirlo sin poner sus vidas en riesgo. La complicidad de aquellos que conociendo muy bien la realidad, siendo propietarios y directores de los grandes medios, eligieron pactar con la dictadura.

[1] BLAUSTEIN, Eduardo; ZUBIETA, Martín: Decíamos Ayer. La prensa argentina bajo el proceso.1998. Pg. 78.

[2] BLAUSTEIN, Eduardo; ZUBIETA, Martín: Decíamos Ayer. La prensa argentina bajo el proceso.1998. Pág.100

[3] BLAUSTEIN, Eduardo; ZUBIETA, Martín: Decíamos Ayer. La prensa argentina bajo el proceso.1998. Pág.98

[4] BLAUSTEIN, Eduardo; ZUBIETA, Martín: Decíamos Ayer. La prensa argentina bajo el proceso.1998. Pág.102

[5] Medios, Comunicación y Dictadura. Edición de las Jornadas de Reflexión. 2004. Pg. 16.

[6] BLAUSTEIN, Eduardo; ZUBIETA, Martín: Op. Cit. Pág. 202.

[7] BLAUSTEIN, Eduardo; ZUBIETA, Martín: Op. Cit. Pág. 250

[8] Medios, Comunicación y Dictadura; Pg. 31 y 32.

[9] ALONSO, María Ernestina; ELISALDE, Roberto; VÁZQUEZ, Enrique: Historia: La Argentina del Siglo XX. 1997. Pg. 275.

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