CENSURA Y AUTOCENSURA DURANTE LA DICTADURA ARGENTINA

El 24 de marzo se cumplió un nuevo aniversario de la última dictadura militar argentina. Y esta es una buena oportunidad para reflexionar sobre el papel jugado por el periodismo escrito bajo regímenes totalitarios.


¿Qué es lo que decía ayer hace 21 años el periodismo escrito argentino?

En junio de 1981, todavía en tiempos de la dictadura, el periodista Enrique Vázquez en la revista Humor, uno de los muy pocos medios que tuvieron la valentía de preservar cierta actitud crítica con la dictadura, escribía en una de sus notas:"Los periodistas somos culpables porque en su momento nos faltaron agallas... No dijimos ni una sola palabra de la Argentina secreta... Nunca pensamos que nuestro silencio nos transformaría en cómplices de lo que pasó y de lo que pasa. Que Dios nos perdone y que el infierno tenga la calefacción rota." Sin duda, la abrumadora mayoría de los medios escritos operaron como cadena de transmisión de la operación propagandística de la dictadura; pero eso no nos habilita para decir que todos los periodistas, unánimemente, hayan tenido idéntica actitud en los casi tres mil días de la dictadura. Tampoco puede separarse la actitud del grueso de los periodistas, con el comportamiento social que durante esos años mantuvo el pueblo argentino.

Nuestra imaginación, como argentinos, se atasca cuando pensamos que en 1978, mientras en el estadio mundialista de River, la hinchada argentina, en la final del Mundial de Futbol, gritaba "El que no salta es un holandés", a pocas cuadras de allí, muchos compatriotas eran torturados en el campo clandestino de la Escuela de Mecánica de la Armada. ¿Podría haberse mantenido la dictadura sin una complicidad más o menos vasta de la sociedad, si el grueso de la población no hubiera elegido una estrategia de sobrevivencia para decirlo benignamente que implicaba ponerse el traje a medida de la complicidad? Connivencia que se vuelve más aberrante aún, cuando es ejercida por personajes que debieran condensar las más altas virtudes cívicas, como son los representantes políticos.

La más alta autoridad partidaria de esos años, de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín, el 13 de abril de 1980 cuando ya eran evidentes para cualquiera las atroces violaciones a los derechos humanos cometidas por los militares, sostuvo en el programa La Clave de la segunda cadena de televisión española: "Creo que no hay desaparecidos; creo que están muertos, aunque no he visto el certificado de defunción de ninguno".

Por el contrario, Jorge Luis Borges, quien en un comienzo tuvo una actitud complaciente con la dictadura hasta que conoció la verdadera naturaleza del Estado terrorista, sostuvo en Roma, al ser consultado acerca de las denuncias sobre desaparecidos en la Argentina: "Si hubo crímenes es necesario investigarlos... Se dice que el número de víctimas ha sido exagerado, pero bastaría un solo caso... He hablado con cierto retardo, pero han venido hace poco personas a verme. Ha venido una señora que desde hace cuatro años no sabe nada de su hija. Desde hace tiempo recibo cartas que me comunican estas cosas...".

La censura operó férreamente en todos los medios de prensa desde el 24 de marzo de 1976, fecha inaugural de la dictadura, teniendo como acta de nacimiento el comunicado núm. 19, a través del cual la Junta Militar establecía penas de diez años de reclusión "al que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales". En La prensa argentina bajo el proceso, Eduardo Balustein y Martín Zubieta recuerdan que "a ese primer comunicado se sumaron documentos provenientes de la Secretaría de Prensa y Difusión sobre los valores cristianos, combates contra el vicio y la irresponsabilidad, defensa de la familia y el honor, eliminación de términos procaces tanto como de opiniones de personas no calificadas, etcétera". Este férreo control castrense sobre la prensa llevó a Rodolfo Terragno, ex jefe de Gabinete del gobierno de la Alianza, ex senador y, en lo que aquí interesa, director de Cuestionario, una de las mejores revistas publicadas en Argentina en la década del 70, a escribir en un editorial de su revista publicado en abril de 1976: "Los diarios entraron en cadena".

Uno de los integrantes de la Junta Militar, el almirante Emilio Massera, había marcado sin sutilezas cuáles eran las fronteras que el periodismo tenía prohibido atravesar.

El periodista Alberto Dearriba reconstruye las condiciones en las que debía ejercer su oficio en esa época: "Antes del golpe, había circulado una cartilla con las palabras que los militares consideraban inadecuadas. En la Argentina, por ejemplo, no había "guerrilleros", sino "delincuentes subversivos". Los mismos que hoy dicen que en los 70 hubo una guerra, "sugerían" que los diarios hablaran de "enfrentamientos" y nunca de "combates". En todo caso, los medios nacionales nunca cubrieron aquella "guerra" que se libraba frente a sus narices. La lista de términos prohibidos y aceptados era larga. Aprendimos ingeniosos malabares eufemísticos para no traicionarnos demasiado, ni herir las sensibles retinas de nuestros atentos lectores de los servicio de inteligencia. El brete era francamente estrecho.

A la censura impuesta desde el poder, le sucedió, inevitablemente, la autocensura impuesta por el miedo. Un caso típico de autocensura que le concierne directamente al mundo periodístico es el referido al secuestro del entonces director del diario La Opinión, Jacobo Timerman.

La poeta María Elena Walsh caracterizó del siguiente modo los efectos de los tortuosos mecanismos de la censura y de su oficiante mayor: "El ubicuo y diligente censor transforma uno de los más lúcidos centros culturales del mundo en un Jardín-de-Infantes fabricador de embelecos que sólo pueden abordar lo pueril, lo procaz, lo frívolo o lo histórico pasado por agua bendita. Ha convertido nuestro llamado ambiente cultural en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas. Es, en definitiva, un estafador de energías, un ladrón de nuestro derecho de imaginación, que debería ser constitucional..." ("Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes", Clarín, 16/VIII/79).


Dar testimonio en momentos difíciles


El 24 de marzo de 1977, en el primer aniversario de la sangrienta dictadura, el escritor y periodista Rodolfo Walsh envía por correo a las redacciones de los diarios locales y a corresponsales de medios extranjeros, la "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar", definida por Gabriel García Márquez como "obra maestra del periodismo universal". Una hora después de echar en un buzón varios ejemplares de la misma, Walsh cayó en una emboscada tendida por un pelotón de la Escuela de Mecánica de la Armada en la cita revelada por un compañero que no soportó la picana eléctrica. Ese texto fue la mejor descripción de la barbarie que las Fuerzas Armadas estaban desatando sobre el pueblo argentino.



Ese gran escritor que fue consecuente con sus ideales hasta el instante final, comienza su carta diciendo: "La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años." Walsh describió los mecanismos del horror: "Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicios." La denuncia era la más valiente actitud posible que cabía esperar de un intelectual: "En la política económica de este gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes, sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada."

La carta termina con palabras que describen con escalofriante exactitud la manera en que terminaría sus días: "Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles."

Rodolfo J. Walsh además de ser un periodista excepcional, un escritor novelas policiacas, fue el autor de unos reportajes tremendos e implacables en los que denunciaba las masacres nocturnas y las corrupciones de escándalo de las Fuerzas Armadas argentinas. En todas sus obras se distinguió por su compromiso con la realidad, por su valentía personal y por su encarnizamiento político. Conocía las tuercas más secretas del oficio de escritor, lo que sumado a sus muy arraigadas convicciones, lo llevó a apostar su vida en cada palabra.



1 comentario:

Unknown dijo...

muy interesante y bien explicado.