Raymundo Gleyzer

Primera Parte:




Segunda Parte:

Charly García: Los Dinosaurios

BIBLIOCLASTAS:

Quemadores de libros. Genocidas culturales. Los bibloclastas eliminan la evidencia de una historia, un pasado, un pensamiento; y esto equivale a la eliminación, casi en efecto, de una población.

El mal llamado "Proceso de Reorganización Nacional" tuvo entre sus objetivos la desaparición y quema de una gran cantidad de libros cuyos contenidos eran catalogados de "subversivos", llevando a cabo un genocidio cultural.

Hay documentos de la represión ilegal que explicaban cómo censurar, cómo controlar, cómo prohibir, y también cómo elaborar y desarrollar una política de sustitución cultural.

La censura y el control cultural estaban centralizados en el Ministerio del Interior, que fue el gran controlador de la cultura, donde funcionaba la Dirección Nacional de Publicaciones.

Esta política no estaba destinada sólo a censurar, sino también a tratar que "llenar" ese hueco cultural con producciones orientadas hacia su proyecto de sociedad basada en la premisa "estado, religión y familia".

Uno de los focos en donde el gobierno de facto puso más atención fue en los libros escolares e infantiles. Gran parte de ese control era ejercido a través de la escuela. El gobierno militar crea una comisión de censura previa, y empieza a hacer circular públicamente documentos. En 1977, el Ministerio de Cultura y Educación publica la circular "Subversión en el ámbito educativo”.

El gobierno militar, con la firma del jefe del Estado Mayor del Ejército, Roberto Viola, puso a circular las instrucciones de la "Operación Claridad", orientadas a detectar y secuestrar bibliografía considerada "marxista" e identificar a los docentes que aconsejaban "libros subversivos".

Algunos libros fueron prohibidos por malas interpretaciones de sus títulos, como fue el caso de "La cuba electrolítica" (libro de física), censurado porque contenía la palabra "cuba" en su título ("cuba": recipiente rectangular para operaciones químicas), o el caso de "Cinco Dedos", que era un libro infantil escrito en la Alemania Occidental, en donde una mano verde persigue a los dedos de una roja que, para defenderse y vencer, se une y forma un puño colorado. Por esta última obra estuvo detenido 127 días a "disposición del Poder Ejecutivo Nacional" el director de Ediciones de la Flor, Daniel Divinsky, junto al editor Kuki Miler.

La quema de libros más grande de la dictadura argentina fue la que sufrió el Centro Editor de América Latina, que había fundado Boris Spivacow. El 30 de agosto de 1980 la policía bonaerense quemó en un baldío de Sarandí un millón y medio de ejemplares del sello, retirados de los depósitos por orden del juez federal de La Plata, Héctor Gustavo de la Serna.



"Hombres que avanzan se pueden matar,
pero los pensamientos quedarán". (León Gieco)

Libros censurados durante la dictadura


Autores argentinos

  • Guía de pecadores, de Eduardo Gudiño Kieffer
  • Para hacer el amor en los parques, de Nicolás Casullo
  • Buenas noches, profesor, de Alina Diaconú
  • Don Abdel Zalim, de Jorge Asís
  • Tres autores prohibidos, de Jaime Rest
  • Persona, de Nira Etchenique
  • The Buenos Aires affair, de Manuel Puig
  • Territorios, de Marcelo Pichón Riviere
  • Los reos, de Federico Moreyra
  • Memorial de los infiernos, de Julio Ardiles Gray
  • El homosexual y su liberación, de Gustavo Weinberg
  • La sartén por el mango, de Javier Portales
  • Olimpo, de Blas Matamoro
  • Estudio sobre los orígenes del peronismo,de J.C. Portantiero
  • Ganarse la muerte, de Griselda Gambaro
  • Mascaró, el cazador americano, de Haroldo Conti
  • Reflexiones sobre el terrorismo, de Fernando Nadra
  • Un elefante ocupa mucho espacio, de Isabel Borneman
  • Niños de hoy, de Alvaro Yunque
  • Cuentos premiados concurso Premio Marechal
  • El fracaso y el desinterés escolar en la escuela primaria, de Liliana Lurcat
  • Poesía política y combativa argentina, de Andrés Sorel
  • La torre de cubos, de Laura Devetach
  • El amor sigue siendo niño, de Alvaro Yunque
  • Dios es fiel, de Betariz Casiello
  • El frasquito, de Luis Gusmán
  • Féiguele, de Cecilia Absatz
  • Cómo levantar minas, de Oberdán Rocamora
  • Rubita, de Javier Torre
  • Visita, francesa y completo, de Eduardo Perrone
  • Perros de la noche, de Enrique Medina
  • El Duke, de Enrique Medina
  • La vida es un tango, de Copi
  • La vida entera, de Juan Carlos Martini
  • Macoco, de Juan Carlos Martini
  • Argentina 1975-1975, de Sergio Bagú
  • De Sarmiento a Cortázar, de David Viñas
  • De la economía social justicialista al régimen liberal, de A. Cafiero
  • Neocapitalismo y comunicación de masas, de Heriberto Muraro
  • La dominación imperialista en Argentina, de Carlos M. Vila
  • Montoneros y caudillos en la historia argentina, de García Mellid
  • Bases históricas de la doctrina nacional, de Astesano
  • Santa Cruz, realidad y futuro, de Horacio Lafuente
  • Metal del diablo, El Presidente Colgado, de Augusto Céspedes
  • Los derechos constitucionales del trabajador, de Daniel Rudi
  • La misión Ponsonby, de Luis Alberto Herrera
  • La boca de la ballena, de Héctor Lastra


Autores extranjeros

  • Lógica formal y lógica dialéctica, de Henri Lefevbre
  • La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa
  • La muerte de la familia, de David Cooper
  • Desde el jardín, de Jerzy Kosinsky
  • Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano
  • Pantaleón y las visitadoras, de Mario Vargas Llosa
  • Gracias por el fuego, de Mario Benedetti
  • Choripzus, de Rómulo Macció
  • Gramsci y la revolución de Occidente, de M. A.Macchiochi
  • Sociología de la explotación, de Pablo González Casaonva
  • El poder negro, de Stokeley Charmichael
  • El Mayo francés o el comunismo utópico, de Alain Touraine
  • El camino del hombre, de Julio César Urien
  • Los peores enemigos de nuestros pueblos, de Juan Beyer
  • Cuentos para chicos traviesos, de Jacques Prevert
  • España, el destape, de Ted Córdova Claure
  • El nacimiento, los niños y el amor, de Agnes Rosratischl
  • Introducción a la sociología, de Duilio Biancucci
  • Juegos a la hora de la siesta, de Roma Mahieu
  • Las edades Media y Contemporánea, de Juan Bustinza
  • La educación como práctica de la libertad, de Paulo Freire
  • Pedagogía del oprimido, de Paulo Freire
  • Acción cultural para la libertad, de Paulo Freire
  • Las iglesias, la educación y el proceso de liberación, de Paulo Freire
  • Concentización, teoría y práctica de la liberación, de Paulo Freire
  • El país de Minotauro, de Mariano Castex
  • Humanismo socialista, compilado por Erich Fromm
  • América Latina - Estudios y perspectivas, autores varios
  • Tradición, revuelta y conciencia de clase, de E. Thompson
  • Sexualidad y autoritarismo, de Frank Hinkelammert
  • Memorias de una cantante alemana, de Whilhelmine Schaoeder
  • La historia presente, Centro Editor de América Latina
  • Las noches del paraíso, de Dominique Marion
  • Venus en la India, de Charles Devereaux
  • Los problemas sexuales y sus soluciones, de S. Jacobson
  • Veneno en las ondas, de Irivin Shaw
  • Flash en Roma, de Daib Flash
  • El marxismo y la historia, de Pierre Philips Reym
  • América Latina, nacionalismo, democracia y revolución, de V.Chertjin
  • Dossier Wallon Piaget, de Claude Gianet
  • La ideología alemana, de Marx y Engels
  • La acumulación de los países capitalistas subdesarrollados, de C. Benetti
  • Isadora emprende el vuelo, de Erica Jong
  • Almanaque Mundial 1979 Universitas-Gran Enciclopedia del saber
  • Cuba, nuestra América, y los Estados Unidos, de José Martí.
  • Marcuse polémico, de Erich Fromm
  • Dios y el Estado y la Libertad, de Bakunin
  • La madre, de Máximo Gorki
  • La Sagrada Familia, de Karl Marx
  • Adúlteros felices, de Ellen Roddick
  • Un marido,¿para qué?, de Norma Klein
  • Un médico en la noche, de Jacques y Francois Gall
  • Destinos, de Peter y Denne Bart
  • Enciclopedia Salvat-Diccionario
  • El Uruguay, la política internacional del Río de la Plata, de Eduardo V. Haddo
  • 1001 sueños eróticos, de Graham Green
  • Los romanos, de R.H. Barrou
  • Diagnóstico de nuestro tiempo, de Karl Mannheim
  • Viajando con los Rolling Stones, de Robert Greenfield
  • Sobre la teoría de la planificación socialista, de J.G.Zielinsky



OPINIÓN PÚBLICA Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas constituyen la principal fuente de información a partir de la cual los ciudadanos forman sus opiniones sobre las diferentes temáticas, ellos juegan un papel decisivo al establecer las bases sobre las cuales las personas deben pensar determinados temas.

La situación de la prensa argentina durante la última dictadura militar:

Los medios de comunicación fueron uno de los ámbitos privilegiados de represión estatal; constituyen uno de los mecanismos de formulación y reconocimiento de identidades colectivas más importantes, por lo que no es de extrañar que el control de la información por parte de los militares pasara a ser un instrumento orgánico de la lógica autoritaria. El gobierno de Isabel Perón integró la primera etapa del proceso de “sistematización del discurso censorio”, que se extendería desde 1974 hasta 1983 según Andrés Avellaneda, donde la prensa y los demás medios de comunicación fueron sometidos a medidas regulatorias por parte de las autoridades militares que hicieron imposible la libertad de expresión. Las políticas negativas que comprenden las medidas de control y fiscalización (censura previa o “preventiva” y censura posterior a la publicación o “punitiva”), las prohibiciones, las normativas y las sanciones indirectas (crisis financiera, falta de información oficial, ausencia de publicidad oficial) comenzaron el mismo día en que los militares tomaron el poder, cuando se entregó a los medios de comunicación un conjunto de instrucciones titulado Principios y poderes para ser seguidos por los medios de comunicación. Y ese mismo día fue firmado el Comunicado Nº 19 de la Junta Militar que establecía castigos de hasta 10 años de reclusión “al que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales”. A partir de este momento, la Secretaría de Prensa y Difusión elaboró, de forma continuada, documentos cuyos destinatarios eran los medios de comunicación en los que se les compelía a adoptar los valores cristianos, a defender la familia y el honor y a luchar contra la irresponsabilidad y el vicio.

Los mecanismos más utilizados para coaccionar a los periodistas y a los dueños de las empresas de comunicación fueron el asesinato de periodistas, la confección de listas negras, la amenaza de cierre de los medios de comunicación, la expropiación ilegal, la censura, el control sobre el contenido mediático y la autocensura. La mayoría de los medios de comunicación cedieron a las presiones. Si bien algunos lo hicieron desde la simple aceptación de las nuevas reglas de juego, principalmente por medio del silencio; otros las pusieron en práctica de forma entusiasta, sin medias tintas en el apoyo al régimen militar, y alabaron las virtudes de la nueva situación en la Argentina. Si bien no todos se alistaron en la firme adhesión como la Editorial Atlántida de Buenos Aires (editora de Gente, Somos y Para Ti) y el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, ninguno cuestionó el origen ni la acción represiva del gobierno militar. Sin embargo, otros medios pudieron desarrollar discursos de oposición, sospechas contestatarios, pero que aparecieron, casi siempre, en circuitos de muy restringida circulación.
El tema fundamental de la violación de los derechos humanos, la situación de detenidos y desaparecidos, y la realidad de los exiliados durante aquellos años tenía, entonces, muy pocas probabilidades de ser abordado en la prensa, (muchos menos en la televisión y la radio, ya que ambos estaban en manos del gobierno y contribuyeron de modo extraordinario a que se mantuviera la confusión y la desinformación), y en ese sentido, los empresarios periodísticos se cuidaron de hacerlo incluso sin necesidad de que los censores militares actualizaran continuamente sus amenazas. Los periódicos y las revistas de mayor tirada de esa época actuaron como “correa de transmisión y amplificación de los discursos uniformes y verticales de las Fuerzas Armadas”. Desde el silencio de Clarín, o sus noticias políticas absolutamente neutras, grises, tediosas, opacas, sin ninguna vida periodística, “pura y monocorde megafonía del palabrerío oficial”; pasando por la comodidad que le otorgaba la situación a La Nación, que ejercía el rol de defensa y legitimación estratégica del gobierno militar; hasta llegar a La Razón, “la cara más brutal y despiadada de la prensa del Proceso”, que reproducía fielmente el discurso militar y exageraba la propaganda a favor del régimen; hubo otras muchas posturas mediáticas que compartieron, en todos los casos, la omisión del horror. Sin embargo, la presencia de otros medios de menor tirada que de diferentes posturas ideológicas se colaron por los intersticios de la censura, la autocensura y la convivencia para hablar de lo que pasaba, para ejercer la denuncia y para desafiar, cada uno a su manera, el poder militar. Los ejemplos más claros son los del Buenos Aires Herald, y la particular actuación de Robert Cox, las columnas de Manfred Schönfeld en La Prensa –el diario más conservador de Argentina– o el trabajo de Rodolfo Walsh en ANCLA –agencia clandestina de noticias– y los textos de la Cadena Informativa, por nombrar sólo algunos.




PRENSA Y DICTADURA: La complicidad de los años de plomo.

“La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.”
Rodolfo Walsh, Carta Abierta a la Junta Militar,
24 de Marzo de 1977


El 24 de marzo de 1976, el diario Clarín titulaba en tapa: “Nuevo Gobierno”, reflejando el golpe de estado que se producía en el país. Comenzaba así el supuesto “Proceso de Reorganización Nacional” y surgía un tema que tendría continuidad en la prensa, hasta nuestros días.


A comienzos de 1976, el golpe se veía venir. El gobierno de María Estela Martínez de Perón era cada vez más débil y la situación cada vez más insostenible. El 22 de diciembre de 1975, tres meses antes del comienzo del proceso más negro en la historia argentina, Jorge Rafael Videla envió lo que se consideró un ultimátum al gobierno nacional. En el mismo, se daba un plazo de 90 días.


En el transcurso de ese trimestre, la sensación golpista era cada vez más fuerte. Se sucedían las reuniones entre los altos mandos de las Fuerzas Armadas y los pronunciamientos en contra del gobierno institucional. Los diarios comenzaban descubrir un estado de alerta. El diario La Nación publicaba en una nota del 2 de marzo de 1976: “El pronunciado silencio de las Fuerzas Armadas en los últimos días, sostiene la necesidad de que se agoten las instancias institucionales en procura de soluciones en un marco de responsabilidad general y compartida”.[1]


El 23 de marzo de 1976, todo era una certeza; La Razón informaba en la portada “Todo está dicho”. Todo estaba dicho. La madrugada del 24 de marzo, la Junta de Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas –integrada por el general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Héctor Pablo Agosti– derrocó al gobierno constitucional.


El suceso, lógicamente, fue tapa de todos los diarios. Como ya se mencionó, Clarín titulaba, “Nuevo Gobierno”; La Nación, “Las Fuerzas Armadas asumen el poder; detúvose a la Presidente”; La Opinión, “Gobierna la Junta Militar”.


Lo que no resulta tan lógico, es la manera en que el periodismo gráfico justificó el quiebre del orden constitucional. En una editorial titulada “Un final inevitable”, Clarín publicó el 25 de marzo: “Se abre ahora una nueva etapa, con renacidas esperanzas. Y, si bien el cuadro que ofrece el país es crítico, no hay que olvidarse que todas las naciones tienen sus horas difíciles y que el temple de sus hijos es capaz de levantarlas de su ruinosa caída”.[2]


El mismo día, La Nación formuló, bajo el título “Lo que termina y lo que comienza”, una editorial que decía lo siguiente: “La crisis ha culminado. No hay sorpresa en la Nación ante la caída de un gobierno que estaba muerto mucho antes de su eliminación por la vía de un cambio como el que se ha operado. En lugar de aquella sorpresa hay una enorme expectación. Todos sabemos que se necesitan planes sólidos para facilitar la rehabilitación material y moral de una comunidad herida por demasiados fracasos y dominada por un escepticismo contaminante. Precisamente por la magnitud de la tarea a emprender, la primera condición es que se afiance en las Fuerzas Armadas la cohesión con la cual han actuado hasta aquí. Hay un país que tiene valiosas reservas de confianza, pero también hay un terrorismo que acecha”.[3]


El sábado 27, Heriberto Kahn escribió en La Opinión: “Aparece claro que este movimiento militar no se puso en marcha contra ningún sector; no va contra el peronismo, como en 1955, ni contra la clase política, como en 1966. Los enemigos son solamente aquellos que han delinquido, ya sea desde la subversión o desde el poder”.[4]


Desde la llegada de los militares al poder, las presiones, desapariciones de periodistas, y las clausuras a los medios fueron una constante. El periodista Alberto Dearriba, relató en las Jornadas de Reflexión sobre Medios, Comunicación y Dictadura, que tuvieron lugar en octubre de 2004 en el Centro Cultural General San Martín de la Ciudad de Buenos Aires: “Yo trabajaba entonces en El Cronista Comercial. De ese diario -que dirigía Rafael Perrota, quien desapareció– desaparecieron muchos compañeros, muy queridos. Quiero decir también que no desaparecían por periodistas, desaparecían por militantes. Porque para el periodista que piensa, el periodista comprometido o audaz, hay un remedio muy sencillo que es tirar el original. Sencillamente, no se publica”.[5]


Ya sea por la censura explícita, o por la autocensura que manifiesta Dearriba, durante los años del proceso, el papel de los grandes diarios nacionales, fue casi de gacetilla. Pululaban los títulos como “La Junta es el órgano supremo del Estado”; “El general Videla fue designado presidente”; “Videla: ‘vamos hacia un cambio en profundidad’”; “Habló con escritores el presidente de la Nación”; “Aplica la Junta Militar la justicia revolucionaria”; “La guerrilla descabezada. Fueron muertos Santucho y Urteaga, su lugarteniente, en V. Martelli donde tenía cuartel general el extremismo”; “Un duro golpe a la subversión”; “Las revelaciones sobre la penetración marxista causan honda impresión”; entre otros.

Más allá de los periodistas que se vieron presionados a trabajar en medios que no eran capaces de reflejar la realidad que se vivía en la sociedad, los directores editoriales que no fueron perseguidos, terminaron siendo cómplices del gobierno de facto. Bernardo Neustad, director de la Revista Extra, firmó en julio de 1977, la editorial de la edición N° 145 titulada “Una cierta sonrisa”. Allí, opinaba: “Jorge Rafael Videla debe ser el argentino que mejor sabe escuchar. Tiene toda la paciencia. Y con más de treinta años de ejercicio, toda la experiencia vivida y escarmentada. No es un impaciente y tampoco un solitario. Abre ventanas cada vez que abre la boca… Los que frecuentan a Videla sostienen que últimamente ha cobrado más seguridad, aprendió velozmente su trabajo de presidente, está mucho más suelto, no hay tema esencial que no desarrolle con convicción y conocimiento, y además –esto es esencial- se le advierte de vez en cuando una cierta sonrisa… Como de alguien que va tocando el futuro, buscando ahora ganar la paz, que es mucho más difícil que triunfar en la guerra…”[6]


En 1978, se disputó en el país el Mundial de Fútbol. La prensa volvió a tener un rol determinante en la campaña informativa oficial. El evento no sólo se llevó el protagonismo en las portadas, sino también en artículos especiales, propagandas y avisos. El 1° de julio, se publicó una solicitada que entre otras cosas proclama: “Estoy orgulloso de que nuestro país haya organizado el Mundial ’78 con capacidad y eficiencia cercanos a lo ejemplar; de que nos hayamos probado a nosotros mismos que podemos hacer grandes cosas y bien; del periodismo argentino, porque cubrió todos los resquicios de la información, con objetividad y sin exaltación, brindando espacios similares a locales y visitantes; de los que opinaron, a favor y en contra del Mundial, porque lo hicieron en un marco de libertad y amplitud de criterio”.[7]


Los títulos de los periódicos y revistas, se encargaron de echar por tierra eso de “sin exaltación”, con títulos como: “¡La polonesa es de Kempes!”; “¡Argentina ya ganó!”; “Llore, Brasil, llore. ¡Boletón y a la final!”; “Argentina, Rey del Mundo. Sí; ¡No hay tierra como la nuestra!”.


Lidia Fagale, licenciada en periodismo, aporta: “Lo más evidente ocurrió durante Malvinas y durante el Mundial. Los dos casos más paradigmáticos en los que, como nunca antes en la historia, el sentido del deporte y el patriotismo, asociado al terrorismo de estado, tuvo un nivel de conjunción como nunca antes se había logrado”.[8]

El 2 de abril de 1982, el gobierno anunció a través de los medios “la exitosa recuperación de las Islas Malvinas y las Georgias y Sándwich del Sur”.[9] Los diarios titularon: “Argentinazo: ¡Las Malvinas recuperadas!”; “Desembarco argentino en el archipiélago de las Malvinas”; “Tropas argentinas desembarcaron en las Malvianas”; “Euforia popular por la recuperación de las Malvinas”.


Argentina perdió la guerra y significó el comienzo del fin de la dictadura militar. Los medios comenzaron a hablar de los desaparecidos, de las torturas y del retorno de la democracia. El 30 de octubre de 1983 se realizaron los comicios presidenciales. El 10 de diciembre asumió la presidencia Raúl Alfonsín.


El papel de los medios gráficos fue claro. La censura, la autocensura y la complicidad fueron sus principales características. La censura y persecución hacia aquellos que deseaban expresar ideas contrarias a las de la Junta Militar. La autocensura de aquellos que veían lo que pasaba, pero no encontraban la forma de difundirlo sin poner sus vidas en riesgo. La complicidad de aquellos que conociendo muy bien la realidad, siendo propietarios y directores de los grandes medios, eligieron pactar con la dictadura.

[1] BLAUSTEIN, Eduardo; ZUBIETA, Martín: Decíamos Ayer. La prensa argentina bajo el proceso.1998. Pg. 78.

[2] BLAUSTEIN, Eduardo; ZUBIETA, Martín: Decíamos Ayer. La prensa argentina bajo el proceso.1998. Pág.100

[3] BLAUSTEIN, Eduardo; ZUBIETA, Martín: Decíamos Ayer. La prensa argentina bajo el proceso.1998. Pág.98

[4] BLAUSTEIN, Eduardo; ZUBIETA, Martín: Decíamos Ayer. La prensa argentina bajo el proceso.1998. Pág.102

[5] Medios, Comunicación y Dictadura. Edición de las Jornadas de Reflexión. 2004. Pg. 16.

[6] BLAUSTEIN, Eduardo; ZUBIETA, Martín: Op. Cit. Pág. 202.

[7] BLAUSTEIN, Eduardo; ZUBIETA, Martín: Op. Cit. Pág. 250

[8] Medios, Comunicación y Dictadura; Pg. 31 y 32.

[9] ALONSO, María Ernestina; ELISALDE, Roberto; VÁZQUEZ, Enrique: Historia: La Argentina del Siglo XX. 1997. Pg. 275.

ASPECTO SOCIOCULTURAL DURANTE EL PROCESO

El objetivo de la acción antisubversiva de los militares era clara: no sólo se debía exterminar a los guerrilleros, sino que se debía acallar a la sociedad toda, mediante un bombardeo psicológico destinado a romper los lazos de solidaridad que unían a la sociedad para instalar el individualismo y el "sálvese quien pueda". Esto se logró mediante diversas acciones:
Desaparecidos: Mientras que la dictadura chilena tiraba al río a las víctimas del Estado terrorista para que todos los vieran, el proceso militar argentino inventó una nueva figura jurídica. La "desaparición" de una persona llevaba a sus familiares y amigos a una situación de incertidumbre, inacción y temor por lo que sus propias acciones pudieran causarle al detenido-desaparecido, en caso de que éste estuviese con vida. O sea, había temor a que la denuncia, la búsqueda y la movilización de sus seres queridos causaran daño al desaparecido, si este se encontraba con vida.
Programa económico de especulación y desindustrialización: Buscó romper con la tácita alianza de las clases medias con las bajas.

Represión cultural: Censura y promoción de la autocensura, quema de libros, violencia contra profesionales de relevancia social (periodistas, párrocos populares, psicólogos, abogados, educadores, escritores, actores, etc.).

El sistema educativo fue reformado para que encajara con el régimen y su programa: Listas de antecedentes en los ingresos a las facultades, represión en los establecimientos, modificación del sistema pedagógico, etc. Se prevenían "futuros subversivos" retrasando el aprendizaje de la lectoescritura hasta tercer grado (sólo "podían" aprender 13 letras por año) y prohibiendo la enseñanza de la teoría de los conjuntos en matemáticas. A los universitarios, demasiado grandes para reformarse, se los reprimía y exterminaba.
La inserción de "terror" es comentada por Victor de Gennaro en un debate organizado por el diario Página/12 con motivo del vigésimo aniversario del golpe militar: "[...] Hubo un proyecto sistemático de meternos el terror en cada célula, en cada hueso, para que no nos acordemos de lo fundamental que significa querer ser, con autodeterminación, defensores de un proyecto nacional y popular. Querían quebrarnos esa capacidad de construir lo nuestro, ese derecho que tenemos a ser poder en nuestro propio país. Había que quebrar esa capacidad, había que imponer un modelo económico, social y cultural del sálvese quien pueda. Para sobrevivir había que mentir, había que desconocer la identidad, el de al lado era un peligro, era alguien que comprometía, había que pensar nada más que en uno, como si esa fuera la opción."
No fue sólo miedo lo que provocó el individualismo, aunque este fue su ingrediente fundamental. La censura y la autocensura (se emitían avisos televisivos con la frase "El silencio es salud" como consigna) se combinaron con la nueva doctrina liberal impuesta desde el Estado. La ideología del "sálvese quien pueda" se acreditaba en el dinero fácil que las actividades especulativas proveían. El que producía, quebraba, el que "invertía" en la bicicleta financiera se salvaba. Al crecimiento industrializado colectivo, en el cual todos los sectores recogen los frutos del progreso, se oponía un nuevo modelo de "quita de ganancias" individualista, en el cual el progreso era personal y a costa de los demás. La prensa se hallaba amordazada y los sindicatos acobardados. Si no, ¿cómo se explican las tristemente célebres frases "algo habrá hecho", "por algo será" y "no te metás" en una sociedad que no muchos años antes veía con algo de simpatía y mucho de esperanza las acciones guerrilleras que, al menos en sus prédicas, querían "cambiar el mundo"?
La sociedad argentina, acostumbrada a hechos como estos sólo publicados a través de las crónicas de otros países, tenía miedo, miedo de saber, de tener algún tipo de información, de estar enterado de algo.
"El silencio es salud", siniestra ironía escrita en carteles, para anunciar en un lugar donde se cometían aberraciones, en busca de quebrar el silencio heroico de las víctimas.
La sociedad ya no sólo extrañaba el hecho de poder votar, sino también el de poder decir lo que pensaban, tener ideales políticos diferentes a los impuestos. A cambio de estas privaciones, tenían constantes amenazas.
De la manera en que se presentaban los hechos, parte de la sociedad decidió exiliarse, ya sea por razones políticas o laborales, en el exterior o, en otros casos, en las provincias.
En el plano educativo, la censura y la mentira también estaba presente. Los libros eran "transparentes", frívolos, en ellos no existían la mezquindad ni el crimen. Así mismo, la música también estaba reprimida los actos de protesta y los cantos populares estaban titulados en su totalidad como "subversivos".
El 80% de los ciudadanos argentinos que entre 1.976 y 1.983 cursaban la escuela secundaria, no recuerda sobre su vida social y/o salidas estudiantiles, tampoco las canciones que escuchaban ni los cantos populares de protesta.
El 17,4%, que pertenecía a la clase alta, parecía haber vivido en otro planeta, aislados del mundo.
El 3,6% prefiere no opinar del tema, por miedo a nuevos actos represivos.
La gente conocía la verdad de lo que estaba ocurriendo, pero la violencia había llegado a tal grado que se sentían intimidados y no se animaban a hablar. Luego de los 2 primeros años fue evidente que la política económica no funcionaba y empezó a notarse cada vez más el problema de los desaparecidos. Fue allí cuando la sociedad, el pueblo argentino, se volvió en contra de los militares.

CENSURA Y AUTOCENSURA DURANTE LA DICTADURA ARGENTINA

El 24 de marzo se cumplió un nuevo aniversario de la última dictadura militar argentina. Y esta es una buena oportunidad para reflexionar sobre el papel jugado por el periodismo escrito bajo regímenes totalitarios.


¿Qué es lo que decía ayer hace 21 años el periodismo escrito argentino?

En junio de 1981, todavía en tiempos de la dictadura, el periodista Enrique Vázquez en la revista Humor, uno de los muy pocos medios que tuvieron la valentía de preservar cierta actitud crítica con la dictadura, escribía en una de sus notas:"Los periodistas somos culpables porque en su momento nos faltaron agallas... No dijimos ni una sola palabra de la Argentina secreta... Nunca pensamos que nuestro silencio nos transformaría en cómplices de lo que pasó y de lo que pasa. Que Dios nos perdone y que el infierno tenga la calefacción rota." Sin duda, la abrumadora mayoría de los medios escritos operaron como cadena de transmisión de la operación propagandística de la dictadura; pero eso no nos habilita para decir que todos los periodistas, unánimemente, hayan tenido idéntica actitud en los casi tres mil días de la dictadura. Tampoco puede separarse la actitud del grueso de los periodistas, con el comportamiento social que durante esos años mantuvo el pueblo argentino.

Nuestra imaginación, como argentinos, se atasca cuando pensamos que en 1978, mientras en el estadio mundialista de River, la hinchada argentina, en la final del Mundial de Futbol, gritaba "El que no salta es un holandés", a pocas cuadras de allí, muchos compatriotas eran torturados en el campo clandestino de la Escuela de Mecánica de la Armada. ¿Podría haberse mantenido la dictadura sin una complicidad más o menos vasta de la sociedad, si el grueso de la población no hubiera elegido una estrategia de sobrevivencia para decirlo benignamente que implicaba ponerse el traje a medida de la complicidad? Connivencia que se vuelve más aberrante aún, cuando es ejercida por personajes que debieran condensar las más altas virtudes cívicas, como son los representantes políticos.

La más alta autoridad partidaria de esos años, de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín, el 13 de abril de 1980 cuando ya eran evidentes para cualquiera las atroces violaciones a los derechos humanos cometidas por los militares, sostuvo en el programa La Clave de la segunda cadena de televisión española: "Creo que no hay desaparecidos; creo que están muertos, aunque no he visto el certificado de defunción de ninguno".

Por el contrario, Jorge Luis Borges, quien en un comienzo tuvo una actitud complaciente con la dictadura hasta que conoció la verdadera naturaleza del Estado terrorista, sostuvo en Roma, al ser consultado acerca de las denuncias sobre desaparecidos en la Argentina: "Si hubo crímenes es necesario investigarlos... Se dice que el número de víctimas ha sido exagerado, pero bastaría un solo caso... He hablado con cierto retardo, pero han venido hace poco personas a verme. Ha venido una señora que desde hace cuatro años no sabe nada de su hija. Desde hace tiempo recibo cartas que me comunican estas cosas...".

La censura operó férreamente en todos los medios de prensa desde el 24 de marzo de 1976, fecha inaugural de la dictadura, teniendo como acta de nacimiento el comunicado núm. 19, a través del cual la Junta Militar establecía penas de diez años de reclusión "al que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales". En La prensa argentina bajo el proceso, Eduardo Balustein y Martín Zubieta recuerdan que "a ese primer comunicado se sumaron documentos provenientes de la Secretaría de Prensa y Difusión sobre los valores cristianos, combates contra el vicio y la irresponsabilidad, defensa de la familia y el honor, eliminación de términos procaces tanto como de opiniones de personas no calificadas, etcétera". Este férreo control castrense sobre la prensa llevó a Rodolfo Terragno, ex jefe de Gabinete del gobierno de la Alianza, ex senador y, en lo que aquí interesa, director de Cuestionario, una de las mejores revistas publicadas en Argentina en la década del 70, a escribir en un editorial de su revista publicado en abril de 1976: "Los diarios entraron en cadena".

Uno de los integrantes de la Junta Militar, el almirante Emilio Massera, había marcado sin sutilezas cuáles eran las fronteras que el periodismo tenía prohibido atravesar.

El periodista Alberto Dearriba reconstruye las condiciones en las que debía ejercer su oficio en esa época: "Antes del golpe, había circulado una cartilla con las palabras que los militares consideraban inadecuadas. En la Argentina, por ejemplo, no había "guerrilleros", sino "delincuentes subversivos". Los mismos que hoy dicen que en los 70 hubo una guerra, "sugerían" que los diarios hablaran de "enfrentamientos" y nunca de "combates". En todo caso, los medios nacionales nunca cubrieron aquella "guerra" que se libraba frente a sus narices. La lista de términos prohibidos y aceptados era larga. Aprendimos ingeniosos malabares eufemísticos para no traicionarnos demasiado, ni herir las sensibles retinas de nuestros atentos lectores de los servicio de inteligencia. El brete era francamente estrecho.

A la censura impuesta desde el poder, le sucedió, inevitablemente, la autocensura impuesta por el miedo. Un caso típico de autocensura que le concierne directamente al mundo periodístico es el referido al secuestro del entonces director del diario La Opinión, Jacobo Timerman.

La poeta María Elena Walsh caracterizó del siguiente modo los efectos de los tortuosos mecanismos de la censura y de su oficiante mayor: "El ubicuo y diligente censor transforma uno de los más lúcidos centros culturales del mundo en un Jardín-de-Infantes fabricador de embelecos que sólo pueden abordar lo pueril, lo procaz, lo frívolo o lo histórico pasado por agua bendita. Ha convertido nuestro llamado ambiente cultural en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas. Es, en definitiva, un estafador de energías, un ladrón de nuestro derecho de imaginación, que debería ser constitucional..." ("Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes", Clarín, 16/VIII/79).


Dar testimonio en momentos difíciles


El 24 de marzo de 1977, en el primer aniversario de la sangrienta dictadura, el escritor y periodista Rodolfo Walsh envía por correo a las redacciones de los diarios locales y a corresponsales de medios extranjeros, la "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar", definida por Gabriel García Márquez como "obra maestra del periodismo universal". Una hora después de echar en un buzón varios ejemplares de la misma, Walsh cayó en una emboscada tendida por un pelotón de la Escuela de Mecánica de la Armada en la cita revelada por un compañero que no soportó la picana eléctrica. Ese texto fue la mejor descripción de la barbarie que las Fuerzas Armadas estaban desatando sobre el pueblo argentino.



Ese gran escritor que fue consecuente con sus ideales hasta el instante final, comienza su carta diciendo: "La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años." Walsh describió los mecanismos del horror: "Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicios." La denuncia era la más valiente actitud posible que cabía esperar de un intelectual: "En la política económica de este gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes, sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada."

La carta termina con palabras que describen con escalofriante exactitud la manera en que terminaría sus días: "Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles."

Rodolfo J. Walsh además de ser un periodista excepcional, un escritor novelas policiacas, fue el autor de unos reportajes tremendos e implacables en los que denunciaba las masacres nocturnas y las corrupciones de escándalo de las Fuerzas Armadas argentinas. En todas sus obras se distinguió por su compromiso con la realidad, por su valentía personal y por su encarnizamiento político. Conocía las tuercas más secretas del oficio de escritor, lo que sumado a sus muy arraigadas convicciones, lo llevó a apostar su vida en cada palabra.



Algunos Hechos para Recordar:


  • El 30 de Agosto del año 1980 fueron quemados un millón quinientos mil libros del Centro Editor de América Latina en un baldío de Avellaneda.
  • El 29 de abril de 1976 el Tercer Cuerpo del Ejército incineró cientos de textos censurados durante la última dictadura militar en Córdoba. La medida fue ordenada por el entonces jefe del Cuerpo, Luciano Benjamín, quien entendió que los materiales resultaban "perniciosos" para el intelecto.
  • En enero de 1983, el número 97 de la Revista Humor fue secuestrado por la dictadura, tras varios intentos de cerrar la revista. Lo curioso es que tras ganar un embargo y pedir la devolución de los ejemplares secuestrados, la policía ya los habían vendido todos.
  • El 30 de marzo de 1982, tres días antes del inicio de la guerra de Malvinas, una multitud se concentró alrededor de la Plaza de Mayo convocada por la CGT con la consigna “Paz, pan y trabajo”. Era la primera manifestación masiva contra la dictadura. La represión, que se desató al final de la marcha, terminó con la muerte del albañil Ramón Flores, acribillado desde un auto sin identificación. Los fotógrafos también fueron víctimas de la acción policial.

Censurando la Literatura


El archivo de la Dirección de Inteligencia de la provincia de Buenos Aires, organismo que se encargó del seguimiento y la persecución de ciudadanos a los que clasificaban como “delincuente social”, “delincuente político” o “delincuente subversivo”, por una ley del 2000 fue cedido a la Comisión Provincial por la Memoria por 99 años.

La Comisión Provincial por la Memoria abrió en el 2003 estos documentos secretos y confidenciales a la consulta pública.

Con el fin de de ampliar su acervo documental y poner estos materiales a disposición del público, la Audiovideoteca de Escritores de Buenos Aires, institución dependiente del Gobierno, solicitó a la comisión todos los legajos de los escritores perseguidos por la Dirección de Inteligencia, entre ellos se encuentran, Haroldo Conti, Eduardo Galeano, Roberto Cossa y Eduardo Pavlovsky, quienes fueron vigilados, difamados y calumniados por los asesores literarios del organismo de Inteligencia.

Un poco de memoria…

El legajo 17.470 se titula “Antecedentes ideológicos de artistas nacionales y extranjeros que desarrollan actividades en la República Argentina. Se puede entender esto como una extensión del documento de identidad, hecho por los militares, para la vigilancia, seguimiento, control y censura de los artistas de las letras.

Haroldo Conti

En el legajo 2516, elaborado en 1975 por la Asesoría Literaria de la Direccion de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires, se analiza “Mascaró, el cazador americano”, de dicho autor. Según el documento, la novela “propicia la difusión de ideologías, doctrinas o sistemas políticos, económicos o sociales marxistas tendientes a derogar los principios sustentados en nuestra Constitución Nacional”. Las supuestas actitudes del escritor, extraídas de la trama de la novela, son calificadas como apologéticas, respecto de los revolucionarios y guerrilleros, y como críticas o negativas, respecto de la represión, de la tortura indiscriminada y de la Iglesia Católica. El informe llega a la conclusión sobre los contenidos de Mascaró, el Cazador Americano, en la cual afirma que el libro “presenta un elevado nivel técnico y literario” y se añade que Haroldo Conti, “luce una imaginación compleja y sumamente simbólica”, también se detalla que, “la novela consiste en las aventuras de un grupo de ‘locos’ que adquieren un circo (llamado Del Arca) y viajan por distintos pueblos (todos en estado de miseria y despoblación, donde aparece el ‘edificio’ de la Iglesia, pero nunca ningún sacerdote), y van ‘despertando’ en los pueblos que visitan el espíritu de una ‘nueva vida’ o bien podría interpretarse ‘una vida revolucionaria’. La novela es muy simbólica, contada además en un tono épico, no definida en sus términos, pero con significados que dan lugar a pensar en su orientación marxista (apoyada por la Editorial Casa de las Américas, de La Habana, Cuba).” Sin embargo el informe destaca

que “no existe una definición terminológica hacia el marxismo”, el redactor de dicho texto opina que “la simbología utilizada y la concepción de la novela demuestran su ideología marxista sin temor a errores”.


Eduardo Galeano

Uno de los libros del escritor uruguayo, Eduardo Galeano, fue “Las venas abiertas de América latina”, debido a que constituía “un elemento de enseñanza y adoctrinamiento marxista”. Entre los motivos que señala el informante se destacan, la “exaltación de Túpac Amaru como padre de todos los pobres y de todos los miserables desvalidos”, y las citas de Marx, de Engels, de Lenin y de Perón.

Además se destacan las críticas hacia el Imperialismo, las clases dominantes, el capitalismo, la propiedad privada, la Iglesia y las monarquías española y europeas, el presidente Onganía y las oligarquías latifundistas del país.

La conclusión de dicho informe señala que, “si bien el libro está basado en hechos y circunstancias reales, y su fundamentación es bastante extensa, la utilización de estos elementos es tendenciosa y observada desde el punto de vista materialista (marxista), donde la unilateralidad lleva a la causalidad a desvirtuarse y diluirse”.


Roberto Cossa

El primer detalle que se registra acerca del dramaturgo argentino, Roberto Cossa, son sus actividades en una mesa redonda en la que participó el 12 de agosto de 1958, organizada por la Casa de la Cultura Argentina. A continuación del nombre de la institución y entre parentesis, el informante pone la palabra “comunista”. También advierte que el autor de “La nona” figura como adherente en una declaración emitida por Casa de las Américas el 31 de agosto de 1965, contra la ocupación estadounidense en Santo Domingo.

En el informe se destaca que durante un ciclo de conferencias sobre el tema ‘Nueva Ola en la Dramaturgia Argentina’, “el causante manifestó: ‘Yo hago política, porque todo es política en la vida y todo autor hace política’.” Ademas se señala que el autor, figuraba en la nómina de ciudadanos argentinos que viajaron a Cuba. Además se transribe un parrafo de una nota publicada por un medio en la que el Cossa expresaba “Reconozco que tengo ecos de Chejov. ¡Pero cómo no tenerlos, si lo más parecido a la clase media rusa antes de la revolución es la burguesía argentina!”. Algunas citas aparecen en el informe subrayadas, símbolo de lo supuestamente “peligroso” de esas palabras.

Censura y autocesura


Por censura se entiende la acción que ejercen funcionarios del gobierno para suprimir informaciones y opiniones en los medios de comunicación.

Y la autocensura es la limitación que los propios medios establecen. Era frecuente que por llamadas telefónicas, o mediante perversos mecanismos se presionara a los periodistas para que dejaran de difundir informaciones y opiniones. La historia periodística de esos años está cargada de ejemplos. Existen otros factores que generan autocensura tales como: los grupos de presión económicos, empresariales, políticos, etc, e intereses políticos, como ahora es frecuente, de los dueños de los medios.

Según "Wikipedia, la enciclopedia libre", la censura es el uso del poder, por parte del Estado o de algún grupo influyente, para controlar la libertad de expresión. La censura criminaliza ciertas acciones o la comunicación de las mismas. En un sentido moderno, la censura consiste en cualquier intento de prohibir la información, los puntos de vista o formas de expresión como el arte o el habla vulgar. Se trata de un tipo de violencia no física ni emocional, sino intelectual. La censura se lleva a cabo con el fin de mantener el statu quo, controlar el desarrollo de una sociedad, o suprimir la disconformidad de un pueblo sometido. Por eso, es muy común la censura en la religión, los clubes y grupos sociales, y los gobiernos. Sin embargo, también existen muchos grupos en defensa de los derechos civiles, que se oponen a la censura.


El Día Mundial para la Libertad de Prensa se celebra el 3 de mayo.

La censura puede ser explícita, como una ley que se aprueba para impedir que cierta información sea publicada o difundida (por ejemplo, en Australia en teoría la legislación es de las más restrictivas del mundo occidental, si bien no se aplica; o en mayor medida en China, donde no se permite la entrada de ciertas páginas Web), o en la forma de intimidación gubernamental o hasta la censura popular, en donde la gente tiene miedo de expresar o apoyar ciertas opiniones por temor a perder su vida, trabajo, posición en la sociedad, o en la academia, su credibilidad académica.

La censura es un aspecto típico de las dictaduras y otros sistemas políticos autoritarios. En los países democráticos es generalmente mucho menos institucionalizada, ya que en estos países se le da mucha importancia a la libertad de la expresión.

Sin embargo, existen casos de censura en países que tienen gobiernos en apariencia democráticos, y no sólo en sus administraciones nacionales, sino que también los avances contra la libertad de prensa se ven en administraciones municipales y comunales. En este caso se utilizan medios de presión más sutiles, como eliminar programas críticos con el gobierno ya sea directamente de las televisiones o radios públicas, o a través de presiones políticas y económicas a los órganos de dirección de las privadas.

Ante casos como estos, ciertos pensadores consideran que los nuevos métodos de la censura incluyen otras tentativas de suprimir perspectivas o ideas, como la propaganda, la manipulación de los medios de comunicación, las relaciones públicas o la desinformación. Estos métodos, colectivamente, funcionan diseminando información engañosa, lo cual hace menos receptivo el público a otras ideas.

A veces, una información específica y única, cuya existencia casi no es conocida al público, es mantenida en la situación de una sutil cercanía a la censura, y se la considera como “subversiva” o “inconveniente”.

Otros señalan como censura la supresión de acceso a los medios de diseminación por agencias gubernamentales como la Comisión Federal de las Comunicaciones en los Estados Unidos de América, por un periódico que no publica comentario con el que no está de acuerdo la editora, o una sala de conferencias que no se deja alquilar a un orador en particular. Para otros, esta situación no puede llamarse en modo alguno como "censura", sino que es un derecho legítimo del dueño a determinar el uso de sus bienes, consecuencia lógica del derecho a la propiedad.



Quemas de libros, secuestros de ediciones, censura y autocensura, persecución, detención y desaparición de autores y editores. Mucho tiempo y conflictos varios llevará recomponer el campo intelectual fracturado entre los autores que se quedaron en el país y los que sufrieron exilio durante la última dictadura militar que vivió nuestro país...