OPINIÓN PÚBLICA Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas constituyen la principal fuente de información a partir de la cual los ciudadanos forman sus opiniones sobre las diferentes temáticas, ellos juegan un papel decisivo al establecer las bases sobre las cuales las personas deben pensar determinados temas.

La situación de la prensa argentina durante la última dictadura militar:

Los medios de comunicación fueron uno de los ámbitos privilegiados de represión estatal; constituyen uno de los mecanismos de formulación y reconocimiento de identidades colectivas más importantes, por lo que no es de extrañar que el control de la información por parte de los militares pasara a ser un instrumento orgánico de la lógica autoritaria. El gobierno de Isabel Perón integró la primera etapa del proceso de “sistematización del discurso censorio”, que se extendería desde 1974 hasta 1983 según Andrés Avellaneda, donde la prensa y los demás medios de comunicación fueron sometidos a medidas regulatorias por parte de las autoridades militares que hicieron imposible la libertad de expresión. Las políticas negativas que comprenden las medidas de control y fiscalización (censura previa o “preventiva” y censura posterior a la publicación o “punitiva”), las prohibiciones, las normativas y las sanciones indirectas (crisis financiera, falta de información oficial, ausencia de publicidad oficial) comenzaron el mismo día en que los militares tomaron el poder, cuando se entregó a los medios de comunicación un conjunto de instrucciones titulado Principios y poderes para ser seguidos por los medios de comunicación. Y ese mismo día fue firmado el Comunicado Nº 19 de la Junta Militar que establecía castigos de hasta 10 años de reclusión “al que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales”. A partir de este momento, la Secretaría de Prensa y Difusión elaboró, de forma continuada, documentos cuyos destinatarios eran los medios de comunicación en los que se les compelía a adoptar los valores cristianos, a defender la familia y el honor y a luchar contra la irresponsabilidad y el vicio.

Los mecanismos más utilizados para coaccionar a los periodistas y a los dueños de las empresas de comunicación fueron el asesinato de periodistas, la confección de listas negras, la amenaza de cierre de los medios de comunicación, la expropiación ilegal, la censura, el control sobre el contenido mediático y la autocensura. La mayoría de los medios de comunicación cedieron a las presiones. Si bien algunos lo hicieron desde la simple aceptación de las nuevas reglas de juego, principalmente por medio del silencio; otros las pusieron en práctica de forma entusiasta, sin medias tintas en el apoyo al régimen militar, y alabaron las virtudes de la nueva situación en la Argentina. Si bien no todos se alistaron en la firme adhesión como la Editorial Atlántida de Buenos Aires (editora de Gente, Somos y Para Ti) y el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, ninguno cuestionó el origen ni la acción represiva del gobierno militar. Sin embargo, otros medios pudieron desarrollar discursos de oposición, sospechas contestatarios, pero que aparecieron, casi siempre, en circuitos de muy restringida circulación.
El tema fundamental de la violación de los derechos humanos, la situación de detenidos y desaparecidos, y la realidad de los exiliados durante aquellos años tenía, entonces, muy pocas probabilidades de ser abordado en la prensa, (muchos menos en la televisión y la radio, ya que ambos estaban en manos del gobierno y contribuyeron de modo extraordinario a que se mantuviera la confusión y la desinformación), y en ese sentido, los empresarios periodísticos se cuidaron de hacerlo incluso sin necesidad de que los censores militares actualizaran continuamente sus amenazas. Los periódicos y las revistas de mayor tirada de esa época actuaron como “correa de transmisión y amplificación de los discursos uniformes y verticales de las Fuerzas Armadas”. Desde el silencio de Clarín, o sus noticias políticas absolutamente neutras, grises, tediosas, opacas, sin ninguna vida periodística, “pura y monocorde megafonía del palabrerío oficial”; pasando por la comodidad que le otorgaba la situación a La Nación, que ejercía el rol de defensa y legitimación estratégica del gobierno militar; hasta llegar a La Razón, “la cara más brutal y despiadada de la prensa del Proceso”, que reproducía fielmente el discurso militar y exageraba la propaganda a favor del régimen; hubo otras muchas posturas mediáticas que compartieron, en todos los casos, la omisión del horror. Sin embargo, la presencia de otros medios de menor tirada que de diferentes posturas ideológicas se colaron por los intersticios de la censura, la autocensura y la convivencia para hablar de lo que pasaba, para ejercer la denuncia y para desafiar, cada uno a su manera, el poder militar. Los ejemplos más claros son los del Buenos Aires Herald, y la particular actuación de Robert Cox, las columnas de Manfred Schönfeld en La Prensa –el diario más conservador de Argentina– o el trabajo de Rodolfo Walsh en ANCLA –agencia clandestina de noticias– y los textos de la Cadena Informativa, por nombrar sólo algunos.




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